lunes, septiembre 04, 2006

Argentinidad (Nalbandian)

El año pasado, cuando le ganó en la final del Master a Roger Federer, David Nalbandian daba una lección de cómo se podía ser un campeón sin necesidad de dejar de ser argentino, y de cómo siendo argentino, igual se puede ser campeón. Abajo en el marcador 6-5 y con el saque de Federer 30-0, David protesta una pelota (todavía no estaba la posibilidad de pedir rectificación por video); el árbitro no le da bola, y por lo bajo, antes de darle el consentimiento al suizo para servir, Nalbandian dice: la concha de tu madre. Pensé en ese exacto momento que había perdido el partido. Pero su devolución fue genial, y el 15-30 enseguida fue quiebre y un tie break que ganó después de haber perdido los dos anteriores en el mismo partido.
Federer también protestó una pelota con el mismo énfasis que Nalbandian, pero se cruzó de brazos y miró al árbitro, esperando que reviera su fallo o considerara su protesta: reclamó a la suiza. Como el de Nalbandian fue un reclamo a la argentina. David demostraba que no había un modo de protesta, y que pretender reclamar de alguna manera que no fuera argentina resultaba contraproducente; el secreto estaba en volver rápido al partido, a la siguiente pelota, a jugar tanto por tanto, como ya había demostrado después de perder los dos primeros sets en tie break, algo frente a lo cual cualquier otro argentino se hubiera caído, y más considerando que tenía enfrente al número uno del mundo. No le gano más, sería el razonamiento más común, y sin embargo Nalbandian siguió jugando como si nada. Y después en el final, puteó como un argentino, pero jugó como un suizo: la moralina del periodismo (policial o no) deportivo argentino indica que una protesta en esas instancias desconcentra y termina haciendo perder. No sólo no fue así, sino que del otro lado Federer hacía lo mismo, nada más que a su modo. Noticia habría sido que Federer puteara, no que reclamara: no habría sido suizo.
Ese partido genial de Nalbandian lo ubicaba como el único argentino en condiciones de llegar en algún momento a ser número uno, y no precisamente por el resultado, más bien por su forma. Esa determinación para hacer su juego, para no considerar que dos sets abajo y perdidos en tie break son razones suficientes para abandonar la lucha, no dejarse llevar porque de un 4-0 en el quinto pasó a estar iguales y a punto de perder 7-5, permitirse putear y descargar su bronca y no plantearse cambiar la forma de hacerlo por miedo a la desconcentración, sino razonar que reprimirse sería peor que no hacerlo, ese puñado de cosas hablaba de un jugador que había encontrado la forma de desprenderse de la argentinidad, esa que no permite ser favorito (mejor ir como punto, frase preferida de futbolistas), salvo si se es mujer y forman parte de las Leonas (único seleccionado argentino favorito en algún torneo que terminó ganándolo), porque sino automáticamente se pierde, esa que baja los brazos porque tiene un mal día (Gaudio) sin llegársele a ocurrir que el contrario también puede tenerlo, o en definitiva que excepto días excepcionales ningún deportista mantiene un rendimiento parejamente brillante durante horas y que eso debería alimentar la perseverancia para esperar el momento propio, esa que habla del aguante, la garra, el tesón o como quiera denominársele (Coria) en vez de apelar a la inteligencia, recurrir al lúcido que ilumine aquello que está oscuro. Nalbandian mostraba un nuevo camino.
Viéndolo perder ayer, se puede decir tranquilamente que a David lo ganó la argentinidad, esa que termina entregando el partido en una forma tonta e infantil para demostrar: vos no me ganaste, lo perdí yo; actitud que mantiene latente la impresión de que nadie es superior (pretendiendo sacarle mérito al rival). Argentina se va de Alemania por mala suerte, aunque el susto que se pegaron los jugadores en el córner que terminó en la lesión de Abondanzieri y el posterior pánico general pocos lo toman como referencia para explicar la despedida del mundial. Incluso el tiro que falla Nocioni contra España en básquet además de todas las lecturas que reviste tal vez también debiera considerarse la del miedo escénico de concretar el favoritismo: no era como en los Juegos Olímpicos de Atenas dos años atrás, cuando frente al Dream Team se tenía todas las de perder y nada para perder: una derrota allí jamás habría dolido tanto como esta contra España.
Sin embargo Nalbandian tiene un para de cosas a favor. Primero sus declaraciones: nada de no sé qué me pasó, mala suerte, el clima, la pelota, el árbitro o la mar en coche; bronca sí, pero no tengo lesiones, encaro bien el final del año, me siento seguro y confiado; y eso que perdió en segunda vuelta de un Grand Slam siendo Nº 4 del mundo.
La segunda,
el antecedente de Vilas, el deportista argentino de elite menos ídolo entre todos los exitosos (hasta el Master 2005, las preferencias populares estaban con Coria y no con Nalbandian). Después de ganar su primer Master, Vilas pasó dos temporadas negras, la primera más que la segunda. El 75 fue para Vilas un año de transición, el 76 su gran base para asombrar al mundo al año siguiente. Si semajanzas e indicios se concretan, que se agarren Nadal, Federer, Rodick y el nuevito de Murray.