lunes, julio 10, 2006

Resulta que Zidane está bien hechado pese a que su prueba es una repetición de televisión y no una prueba que según el reglamento es la única que vale: ser visto por el árbitro o por alguno de sus líneas. País poco afecto a los formalismos legales (pensando que la justicia, su administración, depende de otras cosas y no de las formas legales), reivindica la decisión de Elizondo al expulsarlo y habla de un final poco digno, desastroso y otro tipo de cosas. La televisión, esa que se convirtió en tan vedete como los jugadores impidiendo más de una vez ver jugadas por su idea de que hay cierto preciosismo en mostrar repeticiones en cámara lenta gestos o fules, volcó el partido en favor del menos atrevido de los dos. Nadie dice que lo de Zidane estuvo bien, sino que si vale decirle callate argelino de mierda (o sucio, según la versión) vale responderle de esa manera; si valen las recomendaciones de Bilardo para sacar ventaja, entonces vale la reacción de Zidane. Es más, vale más la reacción de Zidane porque es auténtica, no reviste ninguna especulación, no quiere sacar ventaja, sólo responder a lo que considera una inadmisible agresión. Es más, ninguno de sus compañeros lo criticó, y menos hizo el escarnio que esperaban varios de los ideólogos locales. Una prensa proclive y deseosa de crear un estereotipo argentino (alguien me dijo que con la intención de crear un mercado) llena página de diarios y tiempos radiales y televisivos para hablar de Elizondo. Aunque lo hace para elogiarlo. La justicia y sus similares no son plausibles de comentarios favorables, o lo son de críticas o lo son de análisis, nunca de loas, de erección de monumentos, y eso que tienen en sus manos cosas mucho más importantes que dirigir un partido de fútbol. Nadie ve a La Nación o a Clarín hablando bien del dictamen o el fallo de algún juez, simplemente se dedica a informar, a poner voces disonantes, al análisis de habilitan los especialistas. Pero no para ser tapa elogiosa. Gusto pos vómito deja en la boca semejante portada. Peor si se recuerda que el árbitro no tuvo la suficiente personalidad como para no dejarse llevar por lo que le decían haber visto por televisión. Sus lobistas y adeptos por desinterés o poca convicción defienden una forma de cuidarse el culo: no cuestionar al poder ni a los poderosos.